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Tuesday, June 30, 2009

El Tila y Ella

Fue la misma noche que se besaron por primera vez y a la misma hora en que Maciel Zúñiga fue violada, descuartiza y quemada.

Su mamá la había obligado a estudiar peluquería y jamás le preocupó su alergia por las tinturas. Se llamaba “Ella” y en el colegio se mofaban de la flojera mental de sus padres para inventar un buen nombre.

Su apellido era Pinilla y no podía ser otra cosa que funcionario público. “Ella” entró a la cantina, mientras Pinilla bostezaba por culpa de la gorda solterona que su jefe le había presentado. A sus treinta y seis años ya estaba harto de las citas a ciegas y de ser un perdedor, quería ser reconocido como una máquina sexual y no como el loser de la oficina.

“Ella” venía del cumpleaños de Marco, que como todo gay tenía buen gusto, era cool y con muchísimos amigos extravagantes. “Ella” era uno más del grupo, salía todos los fines de semana de maricoteca en maricoteca y claro, así difícilmente podría encontrar el tan ansiado amor de su vida, pero al menos la compañía de sus amigos la hacían sentir “divina”. Pero esa noche decidió terminar la velada en un bar hetero, a ver si la suerte la acompañaba.

Pinilla miró la hora, a la gorda y a “Ella” un tanto borracha sentada en la barra. ¿Un dolor de cabeza? ¿la reunión más importante de la semana? ¿el viaje a Puerto Montt?. No tenía muy claro cuál era la mejor excusa para escapar de la obesa y lanzarse tras su nueva presa, que por el estado que mostraba, se veía una fácil cacería.

Mientras en el baño la gorda se secaba las gotas que corrían por su axila, “Ella” se sentó en otro lugar de la barra para pedir un daiquiri. “Habla mal pero se ve bastante bien”, pensó el galán. Se acercó y le tocó la rodilla sin querer. “Ella” sacó el lápiz Parker del bolsillo de su camisa y lo puso entre sus pechos, vio su mentón partido, luego buscó su boca y le dio un beso profundo, tan profundo que pensó que se había sumergido en su apéndice.

Habían pasado sesenta días del encuentro y Pinilla ya no recordaba aquel beso en la cantina, mientras tanto “Ella” se paseaba por la farmacia desesperada buscando un testpack, había dejado menstruar, pero se sonreía cuando pensaba en aquel mentón.

Por su parte, Pinilla ni siquiera contó su revolcón con esta mujer como una anécdota entre los colegas de trabajo. El mal aliento de aquella desconocida no sólo le había provocado rechazo, sino que también amnesia. Si hasta de pensarlo se decía “en qué minuto me encamé con ésta”. Su negativa a reconocer a ese hijo la devastó.

La mañana del viernes 12 de diciembre de 2002 nadie la podrá olvidar, los titulares anunciaban la muerte de Roberto Martínez Vásquez, quien fue condenado por el descuartizamiento de Maciel, cuyos restos se habría comido durante una orgía caníbal en la que abrió el abdomen de su víctima.

En la antigua máquina de escribir que le habían proporcionado al asesino había un papel que decía: “Soy inocente”, y más abajo, “simplemente… El Tila”.

A esa misma hora los detectives encuentran en un sitio eriazo el cadáver de una joven sin identidad, embarazada de dos meses. Entre sus pertenencias, sólo se encontró un set de peluquero y un lápiz Parker, no había signos de violación o participación de terceros, parecía un suicidio. Su cuerpo no fue reconocido por nadie y sepultado en una fosa común del cementerio general. En la pieza que arrendaba y a metros del sitio donde fue hallado su cadáver una nota que decía: “soy inocente por haber amado con ingenuidad. Simplemente ELLA”.

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